dilluns, 1 de març del 2010

El niño de la noche

Riéndose, burlándose con claridad del día,
se hundió en la noche el niño que quise ser dos veces.
No quise más la luz. ¿Para qué? No saldría
más de aquellos silencios y aquellas lobregueces.

Quise ser... ¿Para qué?... Quise llegar gozoso
al centro de la esfera de todo lo que existe.
Quise llevar la risa como lo más hermoso.
He muerto sonriendo serenamente triste.

Niño dos veces niño: tres veces venidero.
Vuelve a rodar por ese mundo opaco del vientre.
Atrás, amor. Atrás, niño, porque no quiero
salir donde la luz su gran tristeza encuentre.

Regreso al aire plástico que alentó mi inconsciencia.
Vuelvo a rodar, consciente del sueño que me cubre.
En una sensitiva sombra de transparencia,
en un íntimo espacio rodar de octubre a octubre.

Vientre: carne central de todo lo existente.
Bóveda eternamente si azul, si roja, oscura.
Noche final en cuya profundidad se siente
la voz de las raíces y el soplo de la altura.

Bajo tu piel avanzo, y es sangre la distancia.
Mi cuerpo en una densa constelación gravita.
El universo agolpa su errante resonancia
allí, donde la historia del hombre ha sido escrita.

Mirar, y ver en torno la soledad, el monte,
el mar, por la ventana de un corazón entero
que ayer se acongojaba de no ser horizonte
abierto a un mundo menos mudable y pasajero.

Acumular la piedra y el niño para nada:
para vivir sin alas y oscuramente un día.
Pirámide de sal temible y limitada,
sin fuego ni frescura. No. Vuelve, vida mía.

Mas, algo me ha empujado desesperadamente.
Caigo en la madrugada del tiempo, del pasado.
Me arrojan de la noche. Y ante la luz hiriente
vuelvo a llorar desnudo, como siempre he llorado.




Es un poema de verso alejandrino, agrupado en cuartetos de rima ABBA.
En este poema Miguel Hernández utiliza algunos recursos expresivos como el encabalgamiento y la paradoja.
El yo poético recuerda su niñez, pero despierta y se da cuenta de que sigue encerrado con la soledad y que nunca más volverá a ser un niño. Se siente triste y llora su tristeza, pues no puede vivir el mundo que le rodea y solo lo puede ver por una ventana.
Miguel Hernández con este poema refleja la soledad y la tristeza que siente al estar preso. Recuerda como de niño era libre y como ahora vive en la oscuridad de la prisión. Además, hace referencia a su muerte futura, ya que habla de la bóveda donde acabará.
Al final del poema, el yo poético vuelve a llamar a su niñez, como símbolo de su libertad, pero reacciona y acepta que ese es su futuro y que ahí pasará el resto de sus días.

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